En el mundo empresarial, existe un debate recurrente sobre cuál debe ser la prioridad de un emprendedor: servir o ganar. Muchos defienden la idea de que lo más importante es hacer cosas que aporten valor a los demás, y tienen razón. Sin embargo, la experiencia nos demuestra que en el entorno actual el orden sí altera el producto.
La mayoría de los emprendimientos fracasan no porque carezcan de propósito, sino porque no logran sostener una estructura rentable. Las grandes ideas, cuando no se sustentan en números, se convierten en monumentos a la vanidad.
Vivimos en una época en la que abundan los negocios que prometen rentabilidad “algún día”, y ese “algún día” nunca llega. Son proyectos que priorizan la gloria sobre la ganancia, el reconocimiento sobre la sostenibilidad. Pero la verdad es que ningún propósito noble sobrevive en un negocio que no es rentable. Una empresa sin rentabilidad se desgasta, pierde fuerza y termina dejando de servir a quien más lo necesita: a su gente, a su equipo y a sus clientes.
En una reciente sesión en Share analizábamos los márgenes de tres socios. Uno generaba utilidades anuales del 15% al 20%, otro del 18% al 25%, y el tercero apenas alcanzaba el 4%. Lo curioso es que este último tenía el producto más común del grupo, algo que cualquiera podía comprar en cualquier esquina. Entonces, uno de los empresarios más rentables dijo una frase que quedó grabada en todos:
“Si tu negocio no te deja al menos lo que te pagaría una póliza en el banco, saca tu dinero y ponlo ahí.”
Esa reflexión resume una verdad esencial: un negocio que no genera ganancia no es un negocio, es un apego.
Muchos emprendedores se quedan atrapados en proyectos que dejaron de ser rentables hace tiempo, pero que se mantienen vivos por orgullo, nostalgia o miedo. Se enamoran de la idea, no de los resultados. Y ese apego se convierte en un obstáculo para crecer.
En Share entendemos lo emocional que puede ser cerrar un ciclo o soltar un proyecto al que se le ha dedicado tanto. Pero también sabemos que la madurez empresarial consiste en saber cuándo retirarse, cuándo decir “esto ya no me da lo que vale mi esfuerzo”. A veces, la decisión más inteligente no es insistir, sino redirigir el talento y el capital hacia un terreno más fértil.
Poner la ganancia primero no significa ser egoísta, significa ser sostenible. Porque solo un negocio rentable puede seguir sirviendo, generando empleo y aportando valor real. La rentabilidad no es el fin, es el combustible que permite que el propósito siga avanzando.
Por eso, si hoy tu negocio rinde menos de lo que te pagaría el banco por una póliza, haz una pausa. Evalúa si el tiempo, el estrés y la energía que estás invirtiendo justifican el retorno que recibes. Y si no, recuerda que el empresario exitoso no es el que se aferra, sino el que sabe cuándo avanzar hacia lo que realmente produce valor.
En definitiva, la ganancia debe ser primero no por ambición, sino por inteligencia. Porque sin rentabilidad no hay propósito que perdure, ni sueño que se sostenga.

